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La vulnerabilidad como fortaleza: Un puente hacia la autenticidad

  • Foto del escritor: Claudia Mazat
    Claudia Mazat
  • 30 may
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 5 jun

Puente entre la coraza y la vulnerabilidad consciente

Una pregunta genuina en tiempos de coraza


¿Cómo conectar con mi vulnerabilidad? Esta pregunta surge, no desde la cátedra o la intención terapéutica, sino como un punto de partida para explorar una duda que yo misma me planteo con frecuencia a un nivel personal. Sé que, con una formulación u otra, somos muchos compartimos esta inquietud. 


Hay momentos en los que reconocemos nuestra necesidad de ser vulnerables para transitar ciertos eventos o retos, pero no encontramos la forma de serlo. En una sociedad que nos enseña a ser fuertes a toda costa, la vulnerabilidad se ha convertido en un territorio estigmatizado, y, por ende, inexplorado. Ser fuertes implica vivir a la defensiva, pendientes de las agresiones posibles del mundo u otras personas; ser fuertes significa no dejar que las cosas ásperas del mundo nos hieran, y, si nos hieren, ser capaces de ocultarlo. Ser fuertes, también, implica un imperativo percibido de ser perfectos, lo cual nos lleva a episodios de ansiedad y estrés. Hoy en día, existen narrativas que incluso nos quieren vender la idea de que ser felices es una obligación, y, por lo tanto, no ser felices es un fracaso. En este contexto, ser fuertes nos lleva a mostrarnos autosuficientes, incólumes y felices, aunque muchas veces nuestra realidad interior es muy distinta. La vulnerabilidad, por el contrario, requiere un tipo especial de valor, coraje, y conocimiento de nosotros mismos. Es otro tipo de fortaleza.

 

Redefiniendo la vulnerabilidad como fortaleza


Somos seres humanos, no máquinas. O quizá debería decir: los seres somos máquinas orgánicas cuya inteligencia es moldeada por experiencias de vida. Al exponernos a la incertidumbre, al cambio, a la posibilidad de error, fracaso y dolor, nuestras respuestas suelen estar condicionadas por nuestras creencias, entorno cultural y experiencias personales. Así como nuestros cuerpos se equivocan y, a veces, ante una agresión del ambiente percibida (un piquete de insecto, inhalación de polvo, ingesta de un medicamento) reacciona activando mecanismos de defensa que terminan dañando el propio cuerpo (reacciones alérgicas), nuestra mente también puede dañarnos al activar mecanismos de defensa no siempre necesarios.


A menudo, hemos aprendido a través de nuestras dinámicas familiares y sociales que la vulnerabilidad es peligrosa. Quizás en nuestra historia, mostrar debilidad fue castigado, ridiculizado o ignorado. Estas pautas de interacción se internalizan y se convierten en creencias limitantes que nos impulsan a construir una coraza protectora. Los patrones comunicacionales que adoptamos para protegernos —como el silencio, la evasión, la agresividad o la negación— se convierten en círculos viciosos que perpetúan nuestra desconexión con esta parte esencial de nosotros.


Por supuesto, nadie quiere ser objeto de burlas, nadie quiere ser engañado o traicionado. Es lógico querer protegernos ante la posibilidad de que eso ocurra. No obstante, que sea lógico no quiere decir que sea necesario, no siempre. De hecho, con frecuencia lo necesario es precisamente todo lo contrario: exponernos. ¿Para qué? Para atrevernos a experimentar y explorar cosas y posibilidades que, de otro modo, estarían siempre fuera de nuestro círculo de vida, o para vivir plenamente relaciones personales. La fortaleza no consiste en no hacernos vulnerable al otro, sino en hacernos vulnerables al otro a sabiendas de que, incluso en el peor de los casos, el otro no tiene el poder de destruirnos. Creo que esta es la clave de la vulnerabilidad como fortaleza para vivir una vida llena de experiencias más ricas y diversas. No obstante, como he dicho, esta vulnerabilidad reclama autoconocimiento.

 

El Camino hacia una vulnerabilidad consciente

 

Una vez expuestos el sentido y el valor que tiene la vulnerabilidad, regreso a la pregunta que me planteé al inicio: ¿Cómo lograr esa conexión con mi vulnerabilidad? A continuación presento algunas estrategias respaldadas por el coaching ontológico y la TSB.


Conversaciones internas

1. Observar nuestras conversaciones internas


El primer paso sería tomar conciencia de las conversaciones internas que tenemos sobre la  vulnerabilidad. ¿Qué nos decimos cuando sentimos miedo, incertidumbre o tristeza? ¿Lo juzgamos como algo negativo? El coaching ontológico nos invita a observar al observador que somos. Eso es, observar cómo nos observamos a nostros mismos y a todas las cosas del mundo, cuestionando los juicios arraigados y reconociéndolos como interpretaciones, no como verdades absolutas.


2. Identificar patrones protectores


Es fundamental reconocer las situaciones donde hubiéramos querido ser vulnerables pero no lo fuimos. ¿Qué hicimos en su lugar? ¿Nos encerramos? ¿Actuamos a la defensiva? Identificar estos patrones nos ayuda a entender cómo nuestro sistema ha aprendido a " protegernos" y nos puede ayudar a interrumpir esas secuencias en el futuro.

 

3. Permitir la emoción sin juicio

 

Como expuse antes, somos máquinas orgánicas íntimamente ligadas a nuestras experiencias pasadas, tanto personales como colectivas. Como especie, los seres humanos compartimos experiencias vividas a lo largo de miles de años. Las emociones son uno de los productos más fascinantes de nuestra evolución. A veces nos controlan, a veces las controlamos, pero rara vez las comprendemos. Y es que, desde la perspectiva evolutiva, las experiencias funcionan como mecanismos de respuesta rápida que nos preparan para actuar ante situaciones críticas. El miedo, por ejemplo, activa instantáneamente nuestro sistema nervioso simpático, aumentando el ritmo cardíaco y libera adrenalina para facilitar la huida o la lucha ante una amenaza. Esta respuesta automática probablemente salvó innumerables vidas de nuestros ancestros cuando se enfrentaban a depredadores o peligros ambientales. Pero, ¿y hoy? Hoy vivimos vidas muy distintas a las de nuestros ancestros, con tipos y niveles de complejidad que no se asemejan en nada. Sin embargo, nuestras emociones no han cambiado mucho.


El tema de las emociones es vasto y complejo, baste resaltar aquí la importancia de tener una relación sana y funcional con nuestra ellas. Hablo de permitirnos sentir sin pensar mucho en lo que sentimos, pero, igualmente, permitirnos sentir sin que ello nos ofusque el pensamiento. Conectar con la vulnerabilidad implica permitir que las emociones emerjan sin intentar controlarlas,   reprimirlas o analizarlas en exceso.

La aceptación radical de lo que sentimos es un acto de valentía.  

 

4. Practicar la autocompasión


Al hablar de autocompasión, muchas veces pensamos en victimizarnos. Lamentablemente, impera la idea de que, si me tengo compasión es porque soy víctima de algo. Si bien es cierto que la autocompasión solo puede darse una vez que reconocemos que hemos sufrido un daño, me parece equivocado que ese reconocimiento nos lleve a adoptar posturas de víctimas. La autocompasión, en esencia, se refiere a la práctica, muy sana (y sanadora) de tratarnos como trataríamos a alguien que amamos y está pasando por algo difícil. Lo poderoso de la autocompasión es que es necesaria precisamente cuando somos nosotros mismos quienes nos hacemos daño. La autocompasión consiste, pues, en no culparnos -incluso cuando hemos cometido un error-; darnos la oportunidad de transitar con calma un episodio difícil, sin autocrítica ni autocensura; no condicionar nuestro valor como personas a expectativas profesionales o románticas ni a lo que los demás puedan esperar de nosotros.

Personas que están pasando por episodios de depresión o ansiedad graves muchas veces encuentran una gran mejoría tan solo con la práctica de la autocompasión. En el caso de la depresión, por ejemplo, suelen haber sentimientos de culpa asociados con síntomas que inhabilitan a la persona a llevar su vida corriente. Cuando la culpa deja de ser un factor agravante, gracias a la autocompasión, es común que haya una mejoría de los síntomas.

La autocompasión, en pocas palabras, nos ayuda a vivir con mayor paz y a ser más auténticos.


5. Práctica Gradual en Entornos Seguros


Podemos comenzar con pequeños gestos de vulnerabilidad en entornos seguros: compartir una preocupación con un amigo de confianza, admitir un error, pedir ayuda en algo que nos cuesta. Cada pequeño acto de exposición gradual es una experiencia correctiva que nos enseña que la vulnerabilidad no es tan peligrosa como pensábamos.

 

El arte de habitar la vulnerabilidad


El coaching ontológico nos propone tres dimensiones para trabajar con la vulnerabilidad:

 

Explorarla: Investigar qué significados, emociones y sensaciones físicas están ligadas a nuestra experiencia de vulnerabilidad.

Expresarla: Mostrar nuestra vulnerabilidad de manera auténtica y respetuosa, creando espacios de conexión genuina con los demás.

 

Integrarla: Hacer de la vulnerabilidad parte de nuestra identidad, viéndola como una fuente de sabiduría, creatividad y resiliencia.


Distinciones transformadoras 

 

El Quiebre como oportunidad

 

Un quiebre es un evento que interrumpe el fluir de nuestra vida o expectativas. Reconocer un quiebre y declararse vulnerable ante él es el inicio para buscar nuevas acciones y soluciones, en lugar de resistirnos o negarlo. Esta distinción nos permite ver los momentos difíciles como puertas hacia nuevas posibilidades. Un quiebre, por ejemplo, es lo que generalmente lleva a una persona a buscar coaching o psicoterapia profesional. Es ese momento cuando decimos: ‘Espera, aquí hay algo que no me gusta, no lo quiero y no tengo por qué seguir teniéndolo en mi vida.’ Ahora, hace falta conectar con la vulnerabilidad para luego decir: ‘Necesito ayuda con esto. Voy a buscar ayuda.’

 

Un quiebre es un evento que interrumpe el fluir de nuestra vida o expectativas.

El Dominio del Lenguaje


En coaching ontológico, el dominio del lenguaje se refiere a cómo operamos en el mundo a través del lenguaje. Aprender a hacer pedidos efectivos, ofrecer promesas y realizar declaraciones de lo que somos y necesitamos nos permite gestionar nuestra vulnerabilidad de una manera proactiva.

 



En resumen, ¿cómo conectar con mi vulnerabilidad?


Se trata de un viaje, no un destino.

Creo que se trata de un viaje, no un destino. Un viaje de autoexploración, de desaprender viejas lecciones que no nos son útiles para vivir la vida que queremos, y construir nuevas formas de ser en el mundo. Al integrar los aprendizajes del coaching ontológico y la TSB, podemos observar y desafiar nuestras interpretaciones limitantes, identificar los patrones sistémicos que perpetúan nuestra desconexión, y realizar acciones diferentes que nos permitan habitar la vulnerabilidad de forma más plena y conectada.

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